Tras dos semanas de conferencias y reuniones el gran compromiso final al que han llegado los jefes de estado es un acuerdo de mínimos en el que se comprometen, de forma vinculante, a reducir las emisiones de CO2, eso sí, sin establecer valores concretos.
En un último esfuerzo por salvar el acuerdo, se relajaron las exigencias del acuerdo en cuanto a consumo de combustibles fósiles y valores de emisión se refiere, con el fin de conseguir la firma del acuerdo por parte de los gigantes de la contaminación, China y EE.UU., ya que la firma del borrador del pasado viernes por parte de Obama supondría el rechazo automático por el Senado de la gran superpotencia, actualmente en manos de los republicanos. Sí, esos mismos republicanos que no sólo niegan el cambio climático, sino que lo califican de teoría pseudocientífica. La otra mitad del problema, China e India, no querían firmar porque son los principales destinos del carbón producido a nivel mundial.
En definitiva, esta cumbre ha demostrado, en cuanto a contaminación se refiere, no sólo quien manda a nivel internacional, incluso en un tema de interés mundial como el cambio climático, que debería de estar por encima de factores económicos o políticos, sino que también ha mostrado la debilidad de Europa de cara al mundo y su nula capacidad de presión sobre “los grandes”.
Mi opinión personal es que los dirigentes europeos, lejos de claudicar ante los gigantes asiático y americano, deberían de haber ejercido más presión sobre sus socios comerciales. Las relaciones con los socios son dinámicas y volubles, pero el clima del planeta no atiende a razones, cada día es un día menos, y los silencios de hoy serán los lamentos del mañana.
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