La medidas del candidato republicano, ahora nuevo presidente de Estados Unidos, ha generado un mar de incertidumbres a todos los niveles; económico, político, social...pero quizás las que tengan una mayor repercusión a nivel planetario sean aquellas derivadas de su política medioambiental.
Si buscamos en Google, hallaremos fácilmente el tuit en el que no sólo niega la evidencia del cambio climático, sino que lo define como un invento de los chinos para atacar la competitividad americana. En consecuencia, aproximadamente 400 miembros de la Academia Nacional de Ciencias, entre ellos 30 premio Nobel, publicaron una carta abierta en la que avisaban del riesgo de negar la evidencia de que el cambio climático es real y viene dado de la mano del hombre. Además advierten de las consecuencias de salirse de la comunidad científica internacional, no sólo de cara al desarrollo de futuras estrategias conjuntas de adaptación climática, sino también con respecto a la credibilidad de EE.UU. en el marco internacional de la política medioambiental, que en ese caso quedaría aislado.
La consecuencia directa de esta medida, en caso de ser aprobada, sería el incumplimiento del Protocolo de Kioto y la cancelación del Acuerdo sobre el Clima de París en un teórico Parexit, eliminando la financiación estadounidense a programas de la ONU sobre el calentamiento global. En su lugar, se promoverían proyectos relacionados con los combustibles fósiles, como el fracking o el oleoducto de Keystone, potenciando los lobbies del carbón y del petróleo. En este sentido, el actual presidente se ha pronunciado a favor de eliminar la Agencia de Protección del Medio Ambiente, EPA, (Environmental Protection Agency, por sus siglas en inglés) a la que acusa de estar en contra de las industrias arriba mencionadas.
El principal país consumidor de crudo y segundo de carbón, tan sólo por detrás del gigante chino, ha desarrollado en los últimos años y gracias a los programas promovidos por el presidente Obama muchos proyectos a favor de las renovables, llegando a erigirse como referente en la producción de energía eléctrica a partir de la geotérmica o solar. Sin embargo, todo el esfuerzo llevado a cabo por la administración del premio Nobel de la Paz en los últimos ocho años, podrían caer ahora en saco roto si la nueva administración decidiera revertir las políticas medioambientales.
Por otro lado, y desde un punto de vista puramente económico, el apoyo a los combustibles fósiles generaría posiblemente puestos de empleo y un beneficio económico derivado de dichas actividades en el conocido cinturón del óxido (Rust Belt, en inglés). Pero no nos llevemos a engaño, estos beneficios sólo serían a corto plazo, ya que por un lado en un mundo apuesta claramente por las renovables el consumo de carbón y sobre todo de petróleo están destinados a reducirse o en el mejor de los casos a mantenerse estables, siendo cada vez menos rentable su extracción. Por ello, a largo plazo se pagarían las consecuencias no sólo de la pérdida de dichos puestos de trabajo sino de la falta de actuación en la renovación de las políticas energéticas verdes y del parque industrial asociado a las mismas. Todo esto sin tener en cuenta el coste económico derivado de las catástrofes medioambientales derivadas del calentamiento global, que sólo en el último año le ha supuesto al gigante americano más de 1000 millones de dólares.
Así, mientras el resto del mundo se pone de acuerdo para la reducir las emisiones de CO2 ,impulsar el uso de las renovables y promover políticas verdes en la COP22, los americanos retrocederían casi un siglo en sus políticas medioambientales. Por ello, a largo plazo, quizás le resultaría más rentable apostar por las verdes y transformar el actual Rush Belt en un futuro Green Belt, confiriendo estabilidad laboral a una zona que sería un ejemplo para el resto del mundo.
La cuestión última en esta clase de políticas reside en que las consecuencias de la toma de decisiones por parte de una sola nación no afecta sólo a ésta, sino al conjunto del planeta, ya que este tipo de procesos son globales. En cualquier caso no nos queda otra que esperar a ver cómo se desarrollan los acontecimientos y confiar en que los datos de la comunidad científica y la presión internacional pesen más que la atracción de un beneficio económico a corto plazo.
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