A principios de este mes,
científicos del Instituto Nacional de Investigación Polar de Japón (NIPR, por
sus siglas en inglés) ha “revivido”
un Tardígrado (M. tardigradum),
comúnmente conocido como “Oso de agua”, tras llevar 30 años congelado en unas
muestras recogidas en la Antártida cerca de la base polar japonesa de Showa.
Eye of Science/Science Photo Library
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Los tardígrados
son animales invertebrados microscópicos (0.5 mm de longitud aprox.). Bautizados por
el biólogo italiano Lassaro Spallanzani, son seres extraordinariamente lentos,
que nos recuerdan al oso perezoso en sus movimientos. Se hallan frecuentemente
cerca de líquenes o musgos, ya que, aunque se han encontrado algunas especies
de tardígrado carnívoras, la mayoría de ellas son herbívoras.
Capaces de
sobrevivir prácticamente en cualquier ambiente de la Tierra, han sido encontrados en lugares tan
diferentes e inhóspitos como la cima del Himalaya, las Fosas Marianas, aguas
termales o a 80 m bajo la superficie de la Antártida. Quizás el caso más
sorprendente lo constituya el experimento realizado por la ESA (Agencia
Espacial Europea, por sus siglas en inglés) en 2007 en el que, durante la
misión FOTON-M3,
expuso diversas especies de tardígrado a radiación UV, vacío, ionización solar
y radiación cósmica. Los resultados demostraron que el tardígrado eran la
primera especie animal capacidad de
sobrevivir a las condiciones extremas del espacio.
Su extraordinaria capacidad de
adaptación se debe principalmente a la capacidad que poseen de entrar en “animación suspendida” cuando las
condiciones ambientales no son las idóneas. Pero, ¿cómo lo consiguen? Pues
bien, esto lo hacen básicamente reduciendo sus procesos metabólicos al mínimo;
de hecho son capaces de reducir su contenido en agua a menos del 1% de lo
normal. En estas condiciones, y contrariamente a lo esperado, sus células, e
incluso sus huevos son capaces de sobrevivir sin sufrir daño celular. Investigadores
de diversas universidades sugieren que complejos mecanismos asociados a la
configuración del ADN y a su reparación están detrás de esta capacidad. Entre
ellos destacan los de la University
of North Carolina, que apuntan a la posibilidad que los tardígrados sean
capaces de incorporan en su propio ADN fragmentos del de otras especies, creando
así no sólo un mosaico de genes sino una revolución en nuestra forma de
concebir la evolución.
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