01 marzo 2016

Das Bier

El país teutón, principal productor y segundo consumidor mundial de cerveza, se despertaba esta semana con la noticia de que un estudio reciente del Instituto de Medioambiente de Múnich ha demostrado la presencia de glifosato en 14 marcas de cerveza.


El glifosato, definido por la Organización Mundial de la Salud (OMS) en 2015 como “posiblemente cancerígeno”, es el pesticida más usado en el mundo. Su uso está permitido desde hace más de tres décadas. Se caracteriza principalmente por su elevada eficiencia a la hora de eliminar las malas hierbas, aplicándose tanto a nivel agrícola como urbano; en parques, solares o jardines. Su baja toxicidad para los cultivos, así como su elevada solubilidad en agua y su rápida biodegradación, son otras de sus propiedades.

Los datos arrojados por el estudio indican una concentración de glifosato entre 0.46 y 29.47 µg/L, siendo este último valor 300 veces superior a lo permitido en agua potable. Los responsables de las principales cerveceras alemanas se han apresurado a calificar los resultados de incomprensible y exagerados, declarando que el sistema de control alemán es el más exigente del mundo. Por su parte, la Federación Alemana de Agricultores negó toda responsabilidad y señaló a la cebada importada desde Reino Unido, Francia o Dinamarca como posible origen de la contaminación. En contrapartida, el Instituto de Medioambiente de Múnich enfatizó en la gravedad de la presencia del pesticida, mientras que el Instituto Federal de Valoración del Riesgo recalcó que no existen indicios de peligro para la salud de los consumidores, realizando la siguiente declaración:


"Un adulto tendría que tomar unos 1.000 litros de cerveza diaria para consumir cantidades de glifosato que puedan representar un peligro para la salud"

Considerando que el glifosato es un pesticida permitido no es de extrañar que se encuentren trazas del mismo en los productos agrícolas y derivados como la cerveza. Sin embargo, al margen de la cuestión de si los niveles hallados son elevados o no, sobre todo si los comparamos con los niveles máximos permitidos en agua potable, detrás de los números subyacen dos necesidades: la definición por parte de la OMS del glifosato como cancerígeno o no, y la regulación del mismo en distintas matrices, como la cerveza.


Aunque quizás el mayor problema de nuestra sociedad sea la dependencia de los pesticidas. Quizás deberíamos de recurrir más a la madre naturaleza y menos a la industria química. 

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